domingo, 13 de octubre de 2013

El amor es beber whisky con naranja, fumarse un cigarro al revés, escuchar villancicos en primavera. Destrozar vinilos de rock, que te ciegue la luna, conducir solo. El amor es tirarte por un acantilado y respirar hondo en el aire, subirte a un camión de basura y exigirle que vaya más rápido, compartir una botella de vino con la policía. Una estrella fugaz triste, tiempo malgastado, un preso libre. El amor es todo lo contrario a lo que has visto en las películas. Un recuerdo que escuece, un baile en la calle a las cinco de la mañana, un regalo sin abrir. Locura desenfrenada, malas decisiones, rinocerontes en el estómago. El amor son unos labios pintados de rojo, cocaína volando por el balcón, velas en una noche de invierno. Un octubre que parece abril, un martes por la mañana, un sueño antes de dormir. 


Entre semana la rutina consume mis días y los fines de semana son sinónimos de fiesta, alcohol, drogas, amigos y locura. Mucha locura. Demasiada locura, quizás. Acumulas durante cinco miserables días las ganas de salir, pasarlo bien, bailar, saltar, gritar, escapar y, de repente, todo eso sucede. Pero no sucede de la forma que esperabas. Toda esa explosión de tu locura interior queda atrapada en otra nube de rutina más. Nunca igual, pero siempre tan parecida. Y así pasan dos días en los que todo parece tan irreal. Y ya está. En menos de lo que te das cuenta es lunes otra vez. Hola despertador, hola a otro día en el que te despiertas demasiado pronto para tu gusto. Hola café, haces que el día de hoy no parezca tan malo, pero puedo leer claramente en tu espuma la frase “bienvenida a otro día en el infierno”.


Ábreme el pecho y registra

Y allí estábamos otra vez. Sentadas en cualquier sucia acera, cansadas de bailar, con ampollas en los pies. Compartíamos el último cigarro. Nuestro pelo rubio estaba despeinado, enredado, nuestro pintalabios corrido y teníamos unas horribles moradas, profundamente marcadas ojeras debajo de los ojos. No sabíamos qué hora era, tampoco nos importaba. El sol empezaba a asomarse. Hablábamos de esos temas que habíamos deseado olvidar con la primera copa de whisky de la noche. Pero no puedes huir de los problemas, nunca desaparecen. Puedes intentar evadirte, pero ellos te esperan en la esquina que tienes que cruzar para llegar a casa. Cuando saben que estarás sola, porque nadie te acompaña. Recuerdo que limpiaba las lágrimas negras que rodaban por tus mejillas. Y ahí, en ese mismo momento, en ese mismo lugar, deseé que la magia existiera. Deseé decirte que te quería, que no me iba a ir a ninguna parte, que lucharía a tu lado contra quien fuera. Pero preferí dejar que tus ojos lo adivinaran y, en vez de decirte nada, te di un abrazo en el que deseaba llevarme una parte de tu dolor, para al menos saber que esa noche dormirías tranquila. Deseé ser capaz de mantener alejados a tus viejos demonios que venían a visitarte cada noche, tan rastreros, tan crueles. Tus ojos azules escondían mil secretos. Algo sobre tu forma de bailar desvelaba que habías visto demasiado para ser tan joven. Tus silencios decían más que tus palabras. La tinta de tu piel ardía con furia. Después de tantos años, una parte de ti seguía siendo un completo misterio. Cargabas con pensamientos que todavía nadie había conseguido entender. Quizás ni siquiera tú misma los habías entendido todavía. 

"Ojalá que se llame Amapola, que me coja la mano y me diga que sola no comprende la vida, no"