Una noche cualquiera de invierno en Madrid. El frío me hacía estremecerme mientras yo me embarcaba hacia una aventura fascinante: hacia rutas salvajes entre tus sábanas. Y quién habría dicho que el caballo salvaje resultaría ser tan domesticable. Parecías más un perro fiel. Demasiado dócil para un lobo estepario como yo. Pero las agujas del reloj de tu cuarto latían en sentido contrario, como tu corazón y el mío. El humo de mi cigarro flotaba en el ambiente, expectante. La tinta de tu piel: la mejor poesía que hasta entonces había leído. Sabía que el karma me encontraría, maldita sea. Se escondía en cada una de tus palabras hirientes, se disfrazaba con sentimientos falsos, en cada roce de tus labios. Y cómo luchar contra algo que te persigue tan decididamente. Algo que sabías que llegaría, pero no imaginaste que lo haría tan pronto. Debí salir corriendo cuando tuve la oportunidad. Ahora es demasiado tarde. Sé que dentro de poco no quedarán más que las cenizas en aquel parque, los cafés demasiado calientes, la nieve agonizante ante los últimos rayos de sol. Eres puro veneno. Juré no caer en tu trampa, y caí. Jugué a ser yo quien mandaba, y acabé esclava de tus caprichos. Jugué con fuego una vez más, confiada, y esta vez me quemé. Y yo que pretendía arrancar las flores muertas de tu corazón, y acabaste matando las mías. Será esa forma de pronunciar mi nombre como si, de alguna manera, te perteneciera. Y, aún así, te dejaré arrancarme la ropa, clavarme los dientes, envenenarme con tu mente fría y calculadora, arrancarme la piel. Probaré una deliciosa dosis de mi propia medicina. Aprenderé que no se puede tener siempre lo que uno quiere, y que no se puede obligar a seguir algo que está destinado a ser efímero y desvanecerse como si nunca hubiera existido. Y no necesitaré que endulces la amarga despedida con promesas vacías ni palabras de un futuro más bien improbable. Preferí que fuésemos dos líneas diagonales, que se cruzan una vez para no volver a juntarse nunca más, que dos líneas paralelas. Aquí me hayo, borrando tus mensajes a las 4 de la mañana, para mañana despertar y pensar que fuiste solo un sueño. Ojalá hacerte desaparecer de mi mente. Hola, día en el que te conocí, lo siento pero si volviera a ese momento, me iría corriendo sin mirar atrás. Gracias por hacerme sentir cosas que creí no ser capaz de volver a sentir. Quizás, la próxima vez, será por alguien que lo merezca.